Veo Informe Semanal ayer sobre las protestas estudiantiles en Francia contra la subida de la edad de jubilación de 60 a 65 años. Son chavales de 20 a 25 años, aproximadamente, muy preocupados por jubilarse dentro de 40 años y no dentro de 45. En sus legítimas y democrácticas manifestaciones se cuelan alborotadores semiprofesionales que queman coches y contenedores, rompen escaparates y siembran el terror. En una secuencia del reportaje, una chica -poco mayor de 30- asiste a la quema de su coche con resignación y manifestando, con todo respeto, igualmente, no entender qué tienen que ver ni su coche ni ella misma con la futura jubilación de estos chavales. Un tendero, poco después, se desgañita frente a las lunas rotas de su escaparate, calificando de gamberros a los rápidos y encapuchados guerrilleros urbanos.

El pulso está echado. Sarkozy dice que no puede rectificar, que «Francia ha adquirido compromisos». Se refiere a los mismos que han hecho a Zapatero reducir en un 5% el sueldo de los funcionarios españoles o a David Cameron aprobar el mayor ajuste social de la historia del Reino Unido. Pero los estudiantes también dicen que irán hasta el final. ¿Por qué? ¿Tantísimo les va en esta cuestión particular?

No; la explicación es otra. Los planes de estudio franceses incluyen la Revolución como máximo hito histórico; y posteriormente Mayo del 68. La revuelta (en sentido etimológico, «révolte», misma raíz de Revolución) es como una práctica escolar. Carece de sentido enseñar a los niños las bondades de la toma de la Bastilla o de las semanas fantásticas de Mayo del 68 para después decirles que no se levantan adoquines del suelo o que romper mobiliario urbano no se hace.

Por eso, también, los mayores de 30 ven estas algaradas -las pacíficas, desde luego, pero también las más movidas-, con algo de nostalgia. Cada cinco o siete años Francia se agita en un espasmo generacional en el que una nueva hornada de estudiantes revalida el espíritu republicano armando un monumental pulso al poder establecido -que normalmente ganan, por cierto. Estoy seguro de que el propio Nicolás Sarkozy -patriota republicano, al fin- vé con cierta simpatía la revuelta estudiantil, aunque su obligación de estadista y los «compromisos» de Francia con los mercados de capitales le impidan manifestarlo en público.

El estado del bienestar no es -o no es únicamente- el resultado de la reivindicación. Es también el fruto de una buena gestión económica que permite generar los recursos y bienes a repartir. Pero con 20 años y sangre -sobre todo si es francesa- en las venas, puede parecer que basta con pedir.  

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