Dejaron que se calmaran mis pulsaciones mientras recorrían con las uñas mis costados, trazando de nuevo figuras enigmáticas que cautivaron mi atención: al intentar reconstruír sus dibujos imaginé caracteres antiguos sin sentido lógico pero con claro mensaje emotivo, intraducible. Este baño de escritura a flor de piel me transportó a un estado de semisueño en el que mi pensamiento trabajó de forma lineal, con una sola voz, en contraste con su funcionamiento ordinario -más parecido a la ebullición de burbujas verbales en un charco de ron y cocacola empedrado de panchitos. Ahora era capaz, en respuesta a un estímulo determinado, de hilvanar un razonamiento que sólo parcialmente consistía en palabras, y en su mayor parte constaba de tonos y matices puramente emocionales, sin asociación alguna a nombres, adjetivos o verbos. Me concentré escuchando muy lejanos rumores de tráfico y sirenas, y más próximos sonidos alojados en las paredes o el suelo del piso, con el que mi coronilla contactaba, y percibí así el llanto desconsolado del niño de los vecinos y ocasionales truenos que asocié con la operación de arrastrar un armario sobre baldosas; poco a poco me interesé en este sonido, que parecía tener pecualiaridades propias, una inexplicable intencionalidad en las inflexiones, una suerte de lógica sintáctica entre sus estrépitos roncos y sus chillidos agudos, extraño discurso que inicialmente me divirtió y que poco después, cuando el zumbido pareció aproximarse rápidamente hacia mí como un rinoceronte en embestida, irritado al detectar un intruso en su territorio, me hizo sufrir un fogonazo de genuíno terror. El tacto caliente de una mano alrededor del cuello vino a rescatarme del peligro, como la escalerilla del helicóptero que dejara al rinoceronte mirando hacia arriba, bufando impotente: Mini prolongaba las yemas de sus dedos sobre las arterias de mis clavículas, justo en el punto donde latía el pulso. Se inclinó y sustituyó este contacto por el de sus labios, y al acariciar la longitud de mi vena me provocó un estremecimiento circular como las ondas en un estanque, como si sus terribles besos tuvieran la facultad de transferir a mi sangre, a través de los tejidos, una descarga de pura electricidad sexual: mis glóbulos rojos llevaron este indescriptible éter por las ramas y raíces de mis arterias hasta el último rincón del cuerpo, hasta la célula más olvidada del talón del pie izquierdo: como una cuerda que se tensa, desde la médula en la espalda hasta el extremo triangular del exterior, me pareció que todo yo entraba en erección, y que la tensión genital sólo era una manifestación más de la transformación conjunta, como el calor que sentía irradiar desde la bolsa de los cojones, que se agitaban en su binaria danza, parecida a un vals o una lambada, contentos de vivir. Mini puenteó sus piernas sobre mí, y situó la punta al rojo en el vértice oscuro: cerró los párpados, venció la cabeza sobre la espalda, tensando la piel de su cuello y elevando las frutas circulares, y se dejó caer verticalmente, enfundándose mi basto con la misma magnificencia con que despega un transbordador espacial, muy despacio en los primeros metros de ascenso, pero con inequívoco despliegue de poderío manifiesto en el fuego demoledor que brota de su base y en el humo casi sólido que se arremolina alrededor del cilindro: de la misma forma mi pleno Atlantis se abrió paso en el espacio interior de mi amiga, en decidido viaje que parecía no tener fin sino en las mismas estrellas, y chispas brillaron en la pantalla azul oscura de mis párpados, ya echados, mientras la Nave del Futuro volaba suavemente en el cosmos lubricado: halló su destino en algún planeta, supongo, porque dejó de ascender; entonces las tenebrosas cortinas del universo comenzaron a estrecharse alrededor del astronauta henchido, presionando su desnuda musculatura, adaptándose a cada uno de sus rasgos con serpentina precisión, moldeando el vaciado de su volumen con pasmosa sabiduría, pues desde la raíz hasta lo más elevado las dimensiones de ambos coincidieron: toda su funda se manifestó como un órgano polifacético que acariciaba su contenido aplicando un masaje absorbente: el cuerpo interior ondulaba como la transmisión ralentizada de una onda a lo largo de una soga, en olas de resaca que tiraban de mí y llevaban la sensación hasta una orilla donde innumerables guijarros y la encajada espuma alfilereaban cuidadosamente la piel más sensible: podría ser la mismísima contracción del universo lo que estaba sintiendo, en ritmo regido por la órbita circular que Mini marcaba con sus caderas: la concentración de toda la materia en un sólo punto, la afluencia de energía desde los cuerpos celestes hacia el imán generado por nuestra fusión, la suma de todas las sensaciones y pensamientos en el pulsar genital. Cada ingreso de nuevos átomos aproximaba el momento inverso, el instante final en que habrían de estallar los elementos, quizás por exceso de densidad o quizás mediante un simple acto de voluntad: el Big Bang, la explosión renovadora, el reinicio del ciclo, la enésima expansión adornada por fuegos, cometas, estelas de hidrógeno, rayos gamma y delta: todo esto vi en la pantalla de mi pensamiento. Mi carne y su pareja se empujaban y retrocedían simultáneamente, en abrazo circular que al final confundía quién era quién: de hecho tuve una fugaz visión en la que yo ocupaba el lugar de Mini y me hacía el amor cabalgado sobre mí mismo, y sentí con su cuerpo, notando el cosquilleo caprichoso de las tetas, y tomé mis propias manos y las coloqué sobre ellas, percibiendo a la vez el tacto de las palmas y de los pezones, y noté mi propia verga dentro de mí, y presioné sobre ella con todo el cariño que me merecía después de tanto tiempo, y a la vez, desde el punto de vista de mi posición tumbado, advertí la presencia de alguien que no era yo imbricado en mis huesos, grasa e ideas, y noté un peculiar calor al reconocer el espíritu de Mini bajo mi piel: durante unos segundos fue ella la que dictó el movimiento de mi cintura; después abandonamos este juego y volvimos cada uno a nuestro cuerpo, para estar plenamente presentes en el momento de la penúltima convulsión, que nos sacudió como si un dragón o topo gigante hubiera pasado bajo nosotros, haciéndonos levitar brevemente, y también a los objetos de la habitación. Todos volvimos a la misma velocidad a nuestras posiciones originales, cayendo en la realidad habitual con ingrávido balanceo de hoja otoñal, aterrizando en nuestras costumbres con grácil paso de paracaidista experto, y también a la vez todos -jarrones, plantas, ventanas, personas, discos, libros, muebles, alfombra, sillas, vidrios, hasta la luz, y el calor, y el sonido- abrimos los ojos, reconociéndonos, y nos alegramos de vernos, una vez más. Mini, aún sobre mí, sonreía con malicia, brillantes sus ojos verdes como dos cerillas, brillante su boca roja lacada, brillante su piel entera rociada de sudor, brillante la oscuridad rizada bajo la cual guardaba todavía mi cavernoso cohete, negrura que se fundió con la del simple sueño en que caí, rendido.

 

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