Que la Democracia es el menos malo de los posibles sistemas políticos parece fuera de toda duda. La ciudadanía tiene que participar en la toma de decisiones que le conciernen; poder controlarlas; premiarlas o castigarlas no sólo en las urnas sino también en el día a día de la libertad de expresión.

Ahora bien, como hasta los sistemas más virtuosos producen efectos perversos, ella no podía ser menos. La Democracia produce Confrontación. Quizás sería más justo decir que es el electoralismo -éste con minúscula- quien la genera, pero es que ambas formas políticas han ligado su suerte de tal forma que ahora parecen Inseparables.

Los partidos luchan por el poder. Legítimamente, sí; y se les suponen nobles aspiraciones de gobernar para hacer lo mejor para todos. (Esto desgraciadamente dirán muchos que es demasiado suponer, y más de uno entre carcajadas…).

Esta lucha lo condiciona todo. Si Europa es incapaz de funcionar al 100% en el rescate de Grecia es porque el electoralismo lo impide. Las agendas electorales se imponen sobre las políticas; el corto plazo condiciona la Democracia. Los partidos miran de reojo a sus rivales internos mientras firman decisiones trascendentales. Y éstos acechan el mínimo desliz para atacar.

Los mercados sólo responden ante sí mismos; los partidos ante sus electores. Más que en Democracias Parlamentarias, vivimos en Democracias Mediáticas en las que la legitimidad se genera a partir de la opinión, que a su vez los partidos intentan crear moviendo los hilos de medios afines a cada cual.

«Lo llamamos opinión, pero en realidad sólo es eco» -decía un técnico mientras instalaba antenas, en un chiste de El Roto que recorté hace mucho, y que debe estar en alguna de las decenas de carpetas de recortes del desván.

¿Qué pensáis? ¿Es la Confrontación -global, nacional, autonómica, local, vecinal, familiar, íntima- virtud o tara de la Democracia?

 

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