El Territorio de la Felicidad

Mirad bien esta foto. Es el país de la felicidad. Un patio de colegio. Son apenas doscientos metros cuadrados: ciertamente una inmensidad cuando se tienen entre cuatro y ocho años. Puede parecer un espacio simple, pero contiene a su vez múltiples territorios independientes y áreas diferenciadas. Cualquier chaval sabe que el pequeño recoveco del fondo es, por ejemplo, el lugar ideal para las transacciones peligrosas, para las reuniones de pandillas prometedoras, para la conspiración infantil. Fijaros que a lo largo del muro del fondo se aprecia una bancada de piedra roja. Puede parecer trivial, pero es el lugar de los elegidos. Sólo los más fuertes -aunque seamos todos, por turnos- podemos erguirnos en pie sobre la bancada y defender la posición armados tan sólo con un puño imaginario de estrellas y rayos láser. Las escaleras también son lugares interesantes, especialmente para las conversaciones íntimas. El tren atraviesa el espacio como un recuerdo del tiempo que tarde o temprano dejará esta estación de la vida, la única en la que muchos somos verdaderamente felices -aunque sólo recordemos chispazos efímeros, escenas sueltas, apenas nada. Hoy he pasado junto a este territorio, en un cole de primaria cerca de casa, y aunque estaba vacío se oían los gritos espirituales de todos los niños del mundo jugando y alborotando por sus esquinas, trazando autopistas de chapas sobre la arena, subiendo al tobogán del vértigo, comiendo bocadillos de mantequilla y azúcar, corriendo sobre caballos imaginarios, viviendo las aventuras más intensas que se puedan imaginar. Uno sabe que ya nunca volverá a este territorio; aunque haya descubierto otros en la vida igualmente interesantes, ninguno supera al país de la infancia en extensión de superficie cultivada de felicidad, ni produce mejor música, literatura o dibujos. Aunque no recordemos sino una mínima parte de nuestra estancia, sabemos que hemos sido ciudadanos de pleno derecho de este estado eterno, del que nos expulsa tarde o temprano un cigarrillo, una maldad consciente, o el simple viento del calendario.
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