Como en el capítulo anterior sobre Sexo ya me he extendido bastante, en este dedicado al Amor sólo añadiré una reflexión sociológica. El amor romántico, amigos míos, cuyas nefandas enseñanzas aún se predican en tantas y tantas subpelículas y se repiten con machaconería infrahumana en martilleantes canciones cuyos estribillos se nos graban a cincel allín donde nos expongamos acústicamente y gracias al reclamo audiovisual de suculentos muslos evasivos, lánguidas miradas e impúdicas exhibiciones musculares, es una desgracia de la que hay que huír como de una ensaladilla rusa en Agosto. No es que desde estas páginas pretendamos impartir consejos sobre la forma de vivir de cada cual, pero no podemos dejar de constatar la evidencia de que los poderes públicos, confusamente aliados con la industria del espectáculo y la moda, siguen por diversos medios intentando convencernos de que el amor es poco menos que una larga e intensa agonía del alma que renuncia a todo bien y afronta toda humillación, toda desgracia, con tal de obtener medio minuto de presencia de cierto prójimo por cuyos calcetines debemos suspirar.

Está bien; si ésta es tu concepción de tan alto sentimiento, discúlpanos la crudeza. Puedes saltarte este apartado, dirigido únicamente a los seres racionales y comprensivos que evitan a sus semejantes el espectáculo de su corazón atravesado y sus bocas babeando. Otorgándonos el medio para averiguar las verdaderas intenciones de nuestros pretendientes o pretendidos, la Invisibilidad nos previene de nefandos y gravísimos errores afectivos. Facilitándonos la ejecución de nuestros deseos más ocultos, y liberándonos en consecuencia de su opresión, nos sitúa también en el camino del libre y desahogado comportamiento que caracteriza los mejores momentos de nuestra Vida.

 

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