El sexo es, evidentemente, uno de los campos donde la Invisibilidad tiene más y mejores aplicaciones. El gran número y género de tensiones que un ser humano medio acumula en los primeros treinta años de su vida, y a los que muchos no consiguen dar adecuada salida ni siquiera desde la inmaterialidad, convierte a este campo en uno de los primeros que busca el neófito para ejercitar su imaginación y realizar iniciales excursiones imperceptibles. Algunos hechos lo prueban: un estudio de nuestro Gabinete de Documentación concluye que el sesenta y siete por cien de los actos onanistas son inducidos por amores invisibles. Puede que tu mismo dentro de poco cuentes entre tus pasatiempos volar hasta el apartamento de algún ser adorado y susurrar en su cuello proposiciones infartantes, hasta conseguir que se ponga nervios@. No abuses: una vez más hemos de recomendar un uso razonable de tus nuevos poderes; no exprimas a tus seres amados como a uvas en vendimia. No vamos a situarnos en el papel del inquisidor condenatorio, pero tampoco alabaremos estas prácticas, un tanto infantiles. Además, el nerviosismo que tú mism@ experimentarás al ver al objeto de tus sueños por los suelos, encendido como una estrella, puede hacerte perder el control, devolviéndote total o parcialmente al estado de visibilidad, con el consiguiente sobresalto del prójim@ y la posterior necesidad de explicar que si esto que si lo otro.

La mayoría de las aplicaciones de la Invisibilidad al Cosmos del Sexo orbitan en torno a la galaxia del voyeurismo -mironeo, en román paladino. Y ello no porque no se pueda obtener una erección, excitación o satisfacción completas desde la inmaterialidad, que se puede, y muy ricamente, sino por el álgebra combinatoria de las interrelaciones posibles:

a) si nuestro cuerpo de deseo practica el Arte y nos ve con buenos ojos, no hay por qué hacerse invisible;

b) si practica pero no quiere nada con nosotros se va a coscar a la primera, y nos arriesgamos a enzarzarnos en una batalla inmaterial de desagradables consecuencias;

c) si no practica pero nos ve con buenos ojos, o con ojos indiferentes, tiene mucha más gracia utilizar el Arte para hacerse querer adivinando sus gustos y preferencias en la vida, conocimiento que luego atribuirá a la predestinación;

d) si no practica y nos aborrece utilicemos nuestros poderes para vencer poco a poco su repulsión, susurrándole al oído alabanzas discretas sobre nuestras cualidades, que con un poco de suerte confundirá con sus propios pensamientos.

Así pues, la mayor parte de las aplicaciones del Arte en el territorio del Sexo se contemplan como variantes del caso c). Se deberá actuar con extrema delicadeza cuando se desee deleitarse en la contemplación de las formas y la intimidad del ser anhelado. Mironismo entendido en su aspecto amplio, extendido a otros aspectos de la vida cotidiana en los que nuestro destinatario circula vestid@. Utilizar, por ejemplo, el Arte para conocer las costumbres y los gustos de los seres por cuyos huesos estamos:  acompañarles, intangibles y alegres, por los bulevares, divertirnos intentando adivinar el título que elegirán ente los puestos de un librero de viejo, observar sin ser vistos las modulaciones de su rostro a medida que caminan, solitarios y bellísimos, con las manos en los bolsillos porque hace frío… Después, sentarnos a su lado mientras parecen meditar (y en realidad se emborrachan lentamente) junto a un parque, tomando vermú tras vermú. Así descubrimos sus debilidades y sus gracias. Después, cuando llegue el momento de acompañarles a casa, en estado visible y con la posibilidad de una invitación, todo será más intenso y hermoso.

Puestos a hacer el Capullo, y aunque no tenga nada que ver con el sexo, a mí lo que de verdad me gusta es gorronear cerveza en los bares. Me pongo al lado de los borrachines que piden doble tras doble, y cuando están ya tan contentos que no se dan cuenta de nada, ¡zas!, trago que te mango. ¿Comprendes ahora por qué a veces te ha parecido que tus cañas se consumían a velocidad de vértigo? Era yo, o alguno de mis amigos. No te enfades; dentro de poco podrás igualmente disfrutar de  cerveza gratis y hasta algún cigalón que otro. Además, yo no lo hago realmente por gorronear, que dinero me sobra, sino porque me encanta acodarme en la barra de un bareto, Invisible como vine al mundo, y encebollarme lentamente, llenando mi cerebro espiritual de burbujas frescas y cerveza picante, y luego escuchar simplemente el barullo de murmullos, las conversaciones caóticas, el concierto de risas, cabreos, exclamaciones, explicaciones, regañinas, confidencias, tragos, vasos rotos, cigarrillos y cáscaras de gambas aplastadas que compone la banda sonora de un bar. Me gusta oír la precisa dicción del castellano, su clara sintaxis, su rotunda y sonora evolución en la que vocales y consontantes ruedan paralelas a ideas, giros, comparaciones, metáforas, bromas, amenazas, adjetivos, adverbios, hostias, exclamaciones. Y si a esto añadimos las caras de narices coloradas de jóvenes que escuchan las explicaciones del maromo de sus sueños o sus pesadillas, el timbre profundo de los bebedores de marea alta, la musiquilla de fondo de la tele desde donde contertulios incansables se insultan todos a la vez… ¡Dios, qué delicia!

Disculpadme esta digresión personal, en la que, olvidando obnubilado la transparencia que (sobre todo en un libro como éste) el Autor debe mantener respecto a su audiencia, me he dejado embarcar. Retorno a mi discurso. La lección de hoy era Sexo e Invisibilidad. Aunque tampoco iba tan descaminado. El sexo comienza en los bares -según otro estudio de nuestro Gabinete-, en un sesenta y ocho coma nueve de los casos en que comienza en alguna parte. Por cierto, soy muy amigo del Príncipe de Barlandia, y os recomiendo que visitéis también su web, www.barlandia.es , en la que podéis contribuír con críticas, historias y aportaciones diversas, hechas tanto en estado material como durante la Práctica del Arte.

Recordemos por ejemplo a Boccaccio, que dedica nada menos que el primer cuento de su Decameron a un tema de inmaterialidad: el caso del gañán que haciéndose el mudo se cuela en un convento y consigue el amor de todas sus inquilinas ¿Por qué? Porque ellas creen tener garantizado su silencio –y el silencio es la Música Invisible.

Teniendo, como tienen, casi todas las desgracias sexuales un origen en la mitificación excesiva del oscuro, peludo o depilado objeto de deseo, nada puede haber como pequeñas excursiones transparentes para convencerse de que el sexo, básicamente, es algo saludable, higiénico, agradable, y que incluso huele bien. ¿Te has sentido, en épocas de tristeza y soledad, remotamente próximo a los consumidores de esos comics japoneses en los que las braguitas blancas ondean como lejanas banderas de países prohibidos? Adelante: desaparece y recorre las terrazas donde las mujeres beben. No te cortes, nadie te ve. Agáchate ante sus rodillas, y mira. ¿Qué? Pues que está bien, es curioso, pero no es nada del otro mundo. No tienes por qué obsesionarte. O a la inversa; ¿sueñas con miembros tensos como un mitin electoral, con testículos enormes como granizo de El Bierzo en Abril? Pues hale, a la calle (Invisible, por supuesto). Ahí tienes el Gimnasio Machacator ; el vestuario es tuyo. Ve a los levantadores de pesas secarse con papel de lija mientras sus miembros se bambolean ; míralo de cerca. ¿Es hermoso, no? Pues claro, pero tampoco es la octava revelación del apocalipsis. Es hermoso como un buen plato de paella en la playa tras un baño, como un Lavagulín con hielo un lunes por la noche, como el cielo en Otoño, como la nómina con el primer trienio, y nadie en su sano juicio sitúa estas bellezas en el olimpo de lo Inalcanzable. Son productos humanos hechos para uso humano, y tú, amig@ lector, eres human@ (no dejes de notificarlo a nuestro Correo en caso contrario, por favor).

Seguro que cuandos hayas hecho un par de viajecitos instructivos, cuando sepas que en cualquier momento puedes acceder a la visión de la desnudez integral de tus ídolos eróticos (¡sí, sí, incluso aunque sean Estrellas Mediáticas, Cantantes Famosos, Actrices de Infarto !), empiezas a tratarles de igual a igual, favoreciendo el ambiente en el que las conversaciones fluyen con confianza, y el afecto -verdadera salsa del sexo- cuaja hasta adquierir la temperatura necesaria.

 

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