La mítica ciudad de Las Vegas está muy por encima de su reputación. Nos esperamos un lugar casposo y anacrónico, pero nos encontramos con tal despliegue de color, vicio e imaginación, que no dudamos, al regresar, en fundar un Comité para la Designación de Las Vegas como Patrimonio de la Humanidad.

O al menos, de cierta humanidad vagabunda, soltera y divertida que recorre sus calles con los ojos muy abiertos y una gran sonrisa en el cerebro. El centro de la ciudad, que llaman «Strip» (=bulevar, no despelote) es como un parque temático de la cultura universal: cada hotel (y un hotel en Las Vegas no es un simple edificio, sino un complejo de varias hectáreas con diversos edificios, zonas bajas, jardines, varios teatros, decenas de restaurantes, discotecas, bares lounge, y salas con miles de tragaperras, por supuesto, y mesas de juego), cada hotel, digo, evoca un momento estelar de la humanidad: Egipto el Luxor; Roma el Cesar Palace; la Edad Media, el Excalibur; el Renacimiento en el Venetian, y así todos…

Es como un parque temático, pero para mayores. En vez de Mickeys Mouses y Patos Donald, te encuentras putillas por todas partes, vaya. En vez de jugar a pinchar globos con un dardo, te juegas doscientos dólares al treinta y cuatro en la ruleta. En vez de algodón dulce te pones ciego de gin tonics de Tanqueray a un precio muy competitivo. De hecho, no se ven niños en Las Vegas. Es el parque temático de la edad adulta. Mola.

Las profesionales son discretas. Parecen invitadas a una de las múltiples bodas que se celebran en los inmensos hoteles. Sólo que te mantienen la mirada. Si fueran invitadas normales, no te mirarían al pasar a tu lado. Como son lo que son, te mantienen la mirada, e incluso a los cinco segundos abren una franca sonrisa y te guiñan un ojo al pasar. Es en lo único en que se las distingue. Una de ellas se sentó a mi lado en uno de los bares, mientras esperábamos la hora de la actuación. Como siempre, fue al grano. Se presentó como “private entertainer”. Como si me estuviera vendiendo consultoría para mis inversiones. Pero Las Vegas es mucho más que juego y prostitución. Es un espectáculo humano y arquitectónico contínuo, fascinante y sobrecogedor. Cuando digo que algún día será Patrimonio de la Humanidad es desde la convicción de que muchos de los lugares que en la actualidad ostentan este distintivo, tienen muchos menos méritos urbanísticos y culturales que Las Vegas.

En fin, fue fantástico. Os recomiendo venir aquí al menos una vez en la vida. En la piscina del hotel me encontré con un tipo que estaba celebrando su cincuenta cumpleaños y el cuarenta y cinco de su mujer. Se habían cogido días libres y se estaban puliendo algo de dinero en las mesas y los restaurantes. Charlamos en el agua, con los brazos apoyados sobre el borde, oyendo música californiana extra cool, y pensé que así debían ser las conversaciones de los ángeles en el Paraíso: dos seres puros y resacosos que se encuentran libres de todo pecado y cambian impresiones mientras a tu alrededor el día brilla como un globo recién hinchado y la gente pasa de tí tostándose sobre sus hamacas.

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