Berlín y la Pintura
Principios de Primavera en Berlín. Faltan pocas semanas para que comience el Mundial de Fútbol 2006. La ciudad se prepara para ser capital olímpica -porque la verdadera heredera del espíritu olímpico es la Copa del Mundo de Fútbol, capaz de juntar en una cancha a Irán y Estados Unidos, y de detener la respiración del orbe civilizado frente a la carrera de un atleta.
Pero esa es otra historia. Uno llega a Berlín con cierto respeto imbuído; ha oído hablar tanto de su vitalidad cultural, y de los episodios históricos que la han marcado en el siglo XX: su trágica división en dos mitades hermanas que evolucionaron separadamente y se reunieron mágicamente en el 89; las aventuras del Muro; esa atmósfera a medio camino entre la decadencia Velvet Underground y las novelas de espías… Desde luego, no se llega a Berlín con la mente en blanco.
Sin embargo, la ciudad nos recibe alfombrada de nieve, como diciéndonos que inventemos nuestras propias huellas, que no nos dejemos avasallar por las historias ajenas. Buen consejo. El autobús del aeropuerto nos deja al pie de la Torre de la Televisión, el edificio más alto de la ciudad y uno de sus emblemas. La Torre está al pie de la antigua catedral Marienkirch, así que nos resistimos a tirar algunas fotos en las que parece que la iglesia establece contacto con la divinidad gracias a la antena.
Estamos en Berlín Este, a cien metros de Alexanderplatz, el gran espacio urbano donde el régimen comunista celebraba sus desfiles militares. Desde lo alto de la torre de TV -hay una plataforma de observación- se ve que la Alexanderplatz (como tantos otros puntos de la ciudad) está en obras. Hay algo extraño en estas obras. No se mueven. Las grúas y la maquinaria están ahí, pero no se mueven. Apenas se ven obreros. A los dos o tres días de estar en la ciudad sentiremos esta impresión repetida frente a otros espacios en obras. Claro que estamos acostumbrados al ritmo trepidante y la actividad frenética de Madrid, en la que volquetes de cemento, cintas transportadoras, tuneladoras, grúas gigantescas y miles de trabajadores no paran de moverse de un lado para otro, alterando cada día el plan de circulación y el panorama de la M-30. Aquí, en Berlín, no pasa eso. Las obras de Alexanderplatz -y otras de la ciudad- tienen algo de fantasmal, de extrema lentitud, y uno piensa que no se terminarán nunca, que es imposible que dos peones perezosos en medio del gran socavón (los únicos que transportan algunos tubos de aquí para allá) consigan cambiar nada ni hacer avanzar el proyecto.
El tramo entre Alexanderplatz y la lujosa avenida Under den Linden contiene varios edificios de interés. El más espectacular, que sirve de referencia, es la Catedral, la «Berliner Dom». Frente a ella, las ruinas del Palacio de la República. En este edificio tenía el gobierno comunista su cuartel general y el nodo central de la inmensa maquinaria burocrática que lo mantenía en pie. El Palacio de la República es una caja de zapatos gigantesca de metal y cristal, abandonado y triste; muchas de sus ventanas están tapadas por planchas de madera o aluminio, para ocultar cristales rotos por pedradas vengativas o por el frío invierno. Es el edificio que asoma a la izquierda de la Catedral en la foto número 7, al otro lado de la calle. Es una lástima que no llegue a verse completo, pero esta esquina puede dar idea de sus dimensiones y estructura. El hecho de que la ciudad de Berlín no se decida ni a demolerlo ni a reconstruírlo parece indicar que no todas las cuentas con el pasado están claras. Porque verdaderamente es el centro de la ciudad, el espacio privilegiado junto a un hermoso canal navegable y entre dos grandes espacios abiertos. La foto número 8 muestra la Catedral desde el ángulo opuesto a la anterior; en este caso el Palacio de la República quedaría a nuestra derecha. Para alegría de los trascendentes, la Catedral sigue en pie, hermosa y saludable, habitada y orgullosa, mientras la sede central del régimen que prometió, entre otras cosas, desarraigar la religión, opio mental, de la sociedad que gobernaba, soporta a duras penas el frío y el viento que se cuelan por sus corredores deshabitados, llevando la humedad insoportable hasta el fondo de los archivadores más ultrasecretos y las salas de reuniones y comités del aparato político, fantasmales. La foto 9 muestra el canal que discurre junto al lateral del Palacio de la República.
Muy cerca de la Catedral se encuentran los principales museos de la ciudad. Hay que visitar la Alt Pinakotheque, o museo de pintura antigua. Es una construcción relativamente pequeña, de estructura muy simple y apropiada para el uso museístico. En tres plantas de unos dos mil metros cuadrados cada una se exhiben sus tesoros; cada planta ofrece varias salas unidas por un corredor central y un pasillo de circunvalación con salitas reducidas donde también encontraremos buenas pinturas.
La visita a este Museo es una sorpresa por varias razones. En primer lugar, porque los latinos seguimos persuadidos de la superioridad de la pintura mediterránea -española, italiana, francesa- sobre la nórdica. Esto es un error tan infantil como chauvinista, que se desmonta fácilmente en visitas a Museos como la Alt Pinakotheque de Berlín, y cuyo descubrimiento aporta más placer que tristeza. La pintura española es sombría; la italiana, cuadriculada; la francesa, superficial. La pintura nórdica -holandesa y alemana, principalmente- tiene toda una serie de cualidades que la hacen día a día más digna de renovada atención, más refrescante. Citaremos algunas: la atención a los eventos de la vida cotidiana en lugar de a las vidas de santos, ceremonias mitológicas u otras abstracciones del pasado, el interés por el paisaje (¡nos habían dicho que lo descubrieron los los impresionistas en el siglo XIX! ¡pero qué morro!), y el dominio de la perspectiva aérea, que sitúa la acción y los elementos principales del cuadro en un orbe circular mucho más agradable a la percepción que la rígida perspectiva de Brunelleschi y sus secuaces pseudomatemáticos.
Entre las fotos de esta página (además en el Museo se pueden hacer fotos tranquilamente, siempre que no se use flash), hay algunos ejemplos fantásticos de los méritos anteriores. Para vida cotidiana, miremos el interior doméstico de Peter De Hooch, en el que una niña se aproxima a la puerta de la calle mientras su madre alimenta al hermano pequeño: qué sensación de compartir con la niña de espaldas el interés y la curiosidad por el mundo exterior, mientras la madre se olvida un poco de ella para prestar atención al bebé. O bien el fabuloso mercado invernal de la fotografía siguiente: varias mujeres negocian la compra de salmón y otros artículos comerciales mientras la vida de la ciudad bajo cero se nos ofrece como un desplegable de «¿Donde está Wally?» en los planos posteriores.
Si hablamos de gusto por la naturaleza, nos bastará reconocerlo en las dos fotografías siguientes: el atardecer de horizonte infinito de …. (¿alguien me puede recordar el título y autor de esta obra?) y la escena nocturna de … Por cierto, la segunda de estas obras nos introduce de lleno en el romanticismo, corriente artística de inspiración nórdica, todo sea dicho, que vino a sacar a Europa del aburrimiento mortal de un neoclasicismo académico con el que franceses e italianos intentaban recomponer su perdido prestigio. (El Romanticismo es, además, el verdadero heredero del humanismo renacentista, por volver a situar al individuo, con sus conflictos, sus pasiones y su destino, en el centro del escenario artístico y filosófico).
Y así andando llegamos a las salas de Friedrich y Schinkle, los dos máximos exponentes del genio pictórico alemán, en mi modesta opinión. Ambos han sufrido una injusta devaluación por razones políticas: Friedrich representó la reivindicación de las raíces católicas germanas frente a la invasión racionalista napoleónica, y Schinkle tuvo la desgracia de ser adoptado por el III Reich como referente histórico de genio arquitectónico. Pero la obra de estos dos monstruos es tan rica que merece capítulo aparte, y por ello lo suyo será redactar unas líneas de recomendación de algún librito y/o página web que sirva de aproximación a ellos. Para los que no puedan esperar, el artículo sobre Friedrich de la Wikipedia:
http://es.wikipedia.org/wiki/Caspar_David_Friedrich
Bueno, salimos del museo. Nieva. Seguimos andando hasta la Puerta de Brandemburgo. Sigue nevando. Es primavera, pero el tiempo es así de cambiante en Berlín. Enseguida se lía.
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