Pues al fin es otra voz la fuente

de las propias palabras, el estanque

donde bebe tu silencio, que nace

brincando en otros labios, y debe

a ellos volver, con ellos el puente

sobre las horas trazar, que en el aire

la mítica leyenda del instante

les gusta prolongar noche tras noche.

Por esto tras tu ausencia mis secretos

-arena en el desierto- se derrumban;

rendidos a la ley del viento, van

dispersos entre valles y llanuras.

Adictos al mar -al fin, su razón-

requieren en tus brazos su rumor.

Siguiente

Anterior

Indice de primeros versos