Cuando despacio

cedas a su voz

tus fuerzas y el alma;

cedas a su llama

tu último soplo,

dejes la ciudad

donde has buscado

confuso las claves

de tantos enigmas,

quiere no nombrarla,

no la nombres nunca.

Mira hacia el cielo,

templa tus gestos

fáciles y aéreos,

escucha el eco

del corazón;

deja que ellas

-calles y fuentes-

te llamen a tí,

pero no la nombres, no;

no la nombres nunca.

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Indice de primeros versos