Vivimos en la era de las víctimas. Todos somos víctimas de algo o alguien: las mujeres son víctimas de los hombres; los catalanes, del resto de los españoles; los ciclistas y moteros, de los automovilistas; los ciudadanos en general, de los bancos y las grandes empresas; los inmigrantes, de las mafias; los pensionistas, de un sistema injusto; los accidentados, del estado de las carreteras… y así hasta el infinito.

Hay una dinámica generalizada en lo social y en lo mediático que ubica todo conflicto en clave de víctimas y culpables. Y todos buscan siempre la posición victimaria; todos quieren ser el ultrajado, el ofendido, el afrentado; nadie reconocerá nunca ser ofensor o culpable. Es como el principio inmutable del marketing pero aplicado a la sociología: «Debes ser víctima de algo o alguien. Si no encuentras una categoría en la que seas víctima, invéntala».

Y así proliferan nuevos colectivos de víctimas, afectados, usuarios indignados y ciudadanos convencidos de que ellos nunca tienen la culpa de nada; siempre es otro quien les tortura e impide ser felices. Así nos va.

Partidos políticos y medios de comunicación alimentan este mecanismo ideológico. Los primeros, porque ayuda a definir sus públicos y clientelas: obviamente la derecha es víctima de una izquierda trasnochada, y la izquierda lo es de una derecha anacrónica. En prácticamente cualquier dirección del espectro de pensamiento pueden trazarse diagonales en cuyos extremos hay una víctima y un culpable. Claro que el segundo tiende a ser difuso; se presenta enmascarado; ya que el fondo todos somos conscientes de que el número de víctimas y el número de culpables debería, a la larga, tender a igualarse, ya que toda víctima necesita un culpable; no puede haber sólo víctimas; alguien tiene que ser culpable de algo, y a ese alguien hay que ponerle nombre y apellidos, filiación y domicilio.

Para los medios de comunicación las víctimas son idóneas ya que su estado natural es la indignación, lo cual favorece las entrevistas airadas, los buenos «totales». Las víctimas son excelentes tertulianas, magníficos y conmovedores testimonios. Y a todos nos gusta, por supuesto, manifestar ante ellas toda la solidaridad con las víctimas, faltaría más.

Se está trivializando tanto la víctimización que la propia palabra, y sobre todo los colectivos que realmente son víctimas -me refiero a las de terrorismo, errores médicos, accidentes causados por negligencia, por ejemplo- sufrirán a la larga un desgaste y una triviliazión paralela. Seremos víctimas del victimismo. ¡Qué vergüenza, qué indignación! ¿Y nadie hace nada para evitarlo?

 

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