Finalizado un breve viaje por ambas riberas del Río de la Plata, visitando Montevideo, Punta del Este y Colonia Sacramento en la norte, y Buenos Aires y Ciudad de la Plata en la sureña. Uno regresa con un cachito de corazón aleado de plata, pues son lugares que enamoran y agarran.

Montevideo

Montevideo es una bella durmiente con permiso de Magdalena Vial, corresponsal de El País allá y buena amiga, que nos descubrió secretos y explicó Uruguay todo lo que se puede en tres cenas. La ciudad duerme agazapada al borde de su kilométrico y fantástico paseo marítimo -la Rambla-, esperando que suene el despertador que la haga deslumbrar al mundo. Tiene todos los atributos para ello: urbanización, gente bien formada y educada, infraestructuras… pero por alguna razón duerme. Sus calles son tranquilas, quizás demasiado tranquilas, y desde luego demasiado oscuras y solitarias por la noche.

Uno invertiría en inmobiliario en Montevideo, si tuviera algo que invertir. La Ciudad Vieja -que parece gemela transatlántica de Cádiz, rodeadas ambas por el mar en tres costados y medio- será algún día, si las cosas van bien, un hervidero de arte, gastronomía y cultura, con bonitas villas restauradas donde hoy todavía se ven demasiadas paredes apuntaladas, polvorientas, y aún así bellas en su digna decadencia. Pero Montevideo despertará.

Punta del Este es para tener mucha pasta, pero feo no es. Lo más adinerado de las élites uruguayas, argentinas y brasileñas tienen allí fabulosas mansiones, cerca de las cuales proliferan rascacielos de apartamentos donde los menos pudientes alquilan quincenas o meses veraniegos. La ciudad pasa de 15.000 habitantes en invierno a más de 400.000 en temporada alta.

Colonia Sacramento es un bonito pueblín empedrado y dotado de buenos restaurantes. Cuenta con un faro escalable desde el que pueblo parece la cubierta de un gran mercante navegando en el Río de la Plata. También con terrazas junto a los muelles, desde donde se disfrutan largos atardeceres sobre el estuario. Sus mejores hoteles son posadas coloniales llenas de encanto. Desde Colonia salen varios ferris diarios a la otra orilla, donde espera Buenos Aires, a poco más de una hora.

Colonia Sacramento

Es difícil llegar a Buenos Aires sin prejuicios. Ciudad literaria e inspiradora, es también desde hace años fuente de inquietud e inestabilidad económica. Antes de llegar uno recibe numerosas advertencias sobre la seguridad: ojo al móvil, el bolso siempre cruzado (pero ojo, que cortan el cinto con tijeras), nada de cámara de fotos aparatosa… Llegando desde la prometedora pero oscura Montevideo estas advertencias ahogan un poco.

Sin embargo, la luz y la vitalidad e Buenos Aires se impone a los prejuicios. Basta pasear por la Avenida Libertador, desde el Rosedal hasta Recoleta, para comprender que esta ciudad juega en la misma liga que Londres, París, Roma o Nueva York. Claro que cuando luego uno pasea por San Telmo la La Boca -por no citar imposibles extrarradios- piensa que juega a la pata coja.

El tráfico es denso, pero las avenidas son amplias. A pesar de la degradación, la poesía que destilan muchos de los edificios y jardines es abrumadora. A fecha de 2018, Buenos Aires está inmersa en varias obras urbanas de gran envergadura -elevación de trenes interiores y construcción de una pista para desahogar tráfico del puerto-, obras que si salen bien significarán grandes mejoras en movilidad. Pero además es un territorio urbano idóneo para nuevas formas de transporte -patinetes, bicis eléctricas…-, ya que es totalmente llana.

Si San Telmo y La Boca experimentaran una renovación tan exitosa como la del barrio de Palermo, que es hoy la máxima referencia de recomendaciones para alojamiento, gastronomía y paseos, Buenos Aires no sólo ganaría la permanencia en primera división de ciudades mundiales, sino que tendría serías opciones de ganar títulos.

Además, en general el porteño es amable. Aplaude a los buenos músicos en los trenes de cercanías, ayuda a las viejitas a transportar grandes paquetes y hace lo posible para que el visitante la pase bien. Uno se va de Buenos Aires con la certeza de que volverá.

En Ciudad de la Plata tuve la fortuna de visitar un Museo de Ciencias Naturales de los que a mí me gustan, con viejas vitrinas de madera e infografías ajadas por la humedad. Se encuentra en un amplio parque universitario con estanques, quioscos y todo lo necesario para pasar un buen rato.

Pero sobre todo tuve en La Plata la suerte de conocer en persona a mi hasta entonces virtual amiga Sandra. Llevábamos unos cinco años de correspondencia online, originada por afinidades literarias (a los dos nos interesa la invisibilidad, entre otras habilidades prácticas del día a día). La palabra «desvirtualizar» es demasiado técnica para describir el placer que se siente al conversar cara a cara con una persona de la que hasta entonces sólo se han leído textos y visto fotos bidimensionales, y todo ello en diferido. Conocer a Sandra en tres dimensiones espaciales, con cinco sentidos (tacto y gusto obviamente con limitaciones), y en riguroso directo, en su propia ciudad, fue uno de los grandes momentos del viaje. Claro está que me había imaginado de otra forma su voz, su acento, gestos, forma de moverse, y reemplazar lo imaginado por lo real fue muy grato. Es como la diferencia entre ver reportajes sobre las cataratas de Iguazú y estar físicamente frente a ellas.

Por cierto, no había mencionado que el viaje incluyó escapada -ida y vuelta en el día, vuelo madrugón a las 6 de la mañana y regreso a las 20h- a Iguazú. ¡Gracias a Fernando Escolano por esta recomendación! Recorrimos varios senderos con diferentes perspectivas sobre los múltiples saltos de agua (¿más de 700, dijeron?) que forman el conjunto de las cataratas. La sensación de belleza y poderío natural que se siente en el mirador de la Garganta del Diablo, o en el de San Martín, es inenarrable, y por tanto no diré nada más: tienes que sentirla por tí mismo, si el tiempo y la fortuna lo permiten.

Iguazú

Mi único fastidio en este viaje ha sido no hacer en Buenos Aires todas las fotos que hubiera querido, pero fueron tantas las advertencias sobre el riesgo de robo que al final me achanté. A cambio (soy un optimista incurable) pude pasear con las manos en los bolsillos.

Así pues, un viaje memorable, de los que abren puertas, continentes y amistades. Ahora es cuestión de recorrerlas, conocerlos y habitarlas. Con el corazón de plata.

 

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