El viaje a la India siempre impone respeto. Dicen que no deja indiferente, que puede suscitar tanta repugnancia como admiración, tanto horror como éxtasis. En mi caso, la balanza se inclina un poco más hacia el lado positivo, y tampoco entiendo mucho por qué a alguien pudiera suscitarle un rechazo frontal. Cierto es que mi primer contacto ha sido como turista muy protegido -prácticamente de aeropuerto a hotel, de hotel a monumento y así sucesivamente, aunque con algunas breves incursiones en callejeo por Delhi y Jaipur-; pero he visto un país alegre, bullicioso, lleno de referencias históricas, joven, curioso; en suma, un lugar al que me gustaría volver.

El trayecto (breve, siete días) incluyó Delhi, con las habituales visitas al Fuerte Rojo, la ciudad vieja, Kutub Minar…; Agra, donde el Taj Mahal reina como una de las cumbres indiscutibles de la arquitectura de todos los tiempos; y Jaipur, donde uno tiene quizás el asomo más intenso a lo que debió ser la India (Rajasthán, en este caso) hace unos cuantos siglos, o milenios… El país, al fin y al cabo, donde nacieron gran parte de las matemáticas, ciencias, cuentos y juegos que más tarde llegarían a la cuenca mediterránea y de ahí al resto de la civilización.

Aquí os dejo algunos álbumes de Flickr. La foto de portada es un «selfi» robado en el Lotus Temple de Delhi.

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