Uno de los términos más en boga en los círculos de comunicación y marketing es «storytelling», o «construcción de narrativas». Se corresponde con el nuevo momento comunicacional que empresas e instituciones viven en su siempre problemática relación con usuarios y súbditos. Un momento en el que los eslóganes (¡qué nostalgia de aquéllas frases, «vuelve a casa, vuelve…», «busco a Jacques…») ya no bastan; han quedado sepultados en una mole de tuits pseudofilosóficos («no importa caer, lo importante es levantarse», etc…) que son la peor calaña masiva de chatarra mental producida por la humanidad en toda su trayectoria.

No; ahora hay que contar historias completas, construír mundos, inventar mitologías. Las marcas y los discursos institucionales ya no se conforman con buenas imágenes y un claim atractivo: todas y cada una de ellas deben ser factorías de ficción transmediática, capaces de construír universos paralelos multicanalizados en los que sus clientes y esbirros se crean felices y dueños de sí mismos.

No puedo evitar un gesto de hastío y aburrimiento profundo ante el 99% de los milongatellyings que me bombardean cada día, especialmente ante los bienintencionados. No puedo más de causas solidarias, carreras contra el cáncer, iniciativas para mejorar el mundo, con el patrocinio de. No me creo nada. Es un grave problema, dedicándome como me dedico a la comunicación. Es incluso un grave problema humano, pues lo que acabo de escribir tiene un terrible componente de insensiblidad por saturación.

Pero es que abusan de nuestra credibilidad emocional. El timeline y el el telediario se comportan de la misma forma: nos llevan del horror -crímenes de salto mortal, depravación inimaginable- a la sonrisa -bonita iniciativa solidaria en donde sea- y la excitación deportiva -no te pierdas el partido del sábado- como si tal cosa. No puede ser. El corazón -al menos el mío- no soporta estos vaivenes.

No more storytelling, please. No more milonging. Just tell me something really useful, or shut up.

 

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