RaquetaTenis

Me gusta el tenis porque es un deporte en el que el estado de ánimo, la fé en sí mismo, se hace prácticamente transparente. Una buena final a 5 sets suele tener diversos momentos de altibajos en la moral de los contrincantes, y estos momentos son los que se hacen perfectamente visibles; es como si el nivel de moral se materializara de alguna forma, como una nubecilla sobre la cabeza de los jugadores. El que estaba jugando de maravilla en el primer set de repente, por alguna extraña razón que sólo él o ella conoce, se derrumba a mitad del segundo; luego resucita en el cuarto, luego los «tie-breaks»… Verdaderamente, un buen partido de tenis es una lección de vida.

Creo que ocurre lo mismo en la vida profesional. Ya llevo casi dos años por cuenta propia, como «emprendedor», o empresario autónomo, como queráis. Doy fe de que ocurre como en el tenis. El grado de convicción de uno mismo en lo que hace, en sus posibilidades, en su capacidad para sacar adelante proyectos, marca la diferencia entre el éxito y lo otro. Literalmente. Hay días en que uno está bajo, por las razones que sea, y entonces todo parece muy difícil, y el vértigo extiende su negra sombra sobre el calendario porvenir. Afortunadamente, luego se recupera la moral, y con más fuerza, y lo que parecía una negra nube de tormenta devastadora queda en humillo que se disipa con un soplido.

La cosa, hasta aquí, es perfectamente normal, y conocida: todos tenemos días mejores y peores, es hasta de perogrullo. Lo que marca la diferencia es el compromiso con los demás.

Una empresa, un proyecto, una vida, no se hace a solas. Hay -¡afortunadamente!- personas que la motivan, que nos ayudan, por las que merece la pena luchar. Incluso hay otras -los enemigos- que desde la rivalidad nos estimulan a ganar, a superarles, a demostrar que teníamos razón,  nuestra razón, al menos. Por eso los días bajos son temibles: no por nosotros, que sí, claro, sino porque debilitan toda una cadena de voluntades; son contagiosos, como el optimismo, y pueden perjudicar no sólo a nosotros, sino a nuestra gente.

En este sentido, una vez más, tengo que alabar y dar las gracias a lo que supone internet y las redes sociales en la ayuda a la superación de los baches. El simple hecho de estar escribiendo esta nota, ahora, es sanador. No sé cuánta gente leerá estas lineas, pero sí creo que las verán las personas que más me interesan. Y también las leerán algunas que no conozco pero a las que quizás ayuden. Eso es, sencillamente, magnífico.

Quiero hacer una mención un poco especial. Javier Bautista es un amigo mío de Facebook. No le conozco personalmente, aunque parezca increíble; sí a su hermano, de donde viene nuestro contacto. Desde hace varios años, Javier es un apoyo continuo, un motivador, un estímulo. Parece mentira que una cosa tan simple como un «like» pueda tener tanta fuerza, pero es así: nos hace creer un poquito más en nosotros mismos. Gracias, Javier.

Hay más, desde luego, y si he mencionado a Javier es porque uno escribe estas cosas con el corazón en la mano, y se lo debo desde hace mucho tiempo. No quiero dar más nombres porque siempre quedaría fuera alguien, pero vosotros sabéis quiénes sois, ¿verdad? 🙂  Quiero que sepais que con cada uno de vuestros modestos «likes» me habéis hecho mejor, más competitivo, más firme. Por no decir ya con el trato de la vida real, que sigue ahí, por cierto: cañas, charlas, discusiones, paseos, viajes, congresos, cenas, cines, comidas, tapas, cabreos, abrazos, besos, más besos, risas, más risas, alguna lágrima, música, caminatas, proyectos…

Este partido lo vamos a ganar, amig@s. No os quepa duda. Aprieto la raqueta y salgo a la pista. 

 

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