Como todas las pelis de Tim Burton, “Frankenweenie” es en realidad una Ópera.

El hermanamiento creativo de Burton con su músico de cabecera de toda la vida, Danny Elfman, les permite concebir las pelis no como narraciones puras y duras, sino como musicales, en el sentido grande del término. Atención: una peli “musical” no es necesariamente una peli “cantada”. Es aquélla en la que la música acompaña tan como un guante la acción que prácticamente no se entendería sin ella. Así, “El Padrino” es en realidad una película musical, porque el trabajo de Nino Rota es tan escalofriantemente bueno y ajustado a la narración que todos, cuando recordamos la peli, pensamos aún inevitable e involuntariamente en la música.

Burton y Elfman; Coppola / Fellini y Nino Rota; Lynch y Badalamenti; Almodóvar y Alberto Iglesias… Detrás de cada gran director hay un grandísimo músico de cine, que transforma la narración en emoción.

En Frankenweenie, la secuencia de la primera electrocución de Sparky, para devolverle a la vida vía receta Frankenstein, es especialmente escalofriante. Como es obvio, no puedo reproducir aquí la secuencia íntegra original, que es de tal maestría que cuando el rayo revitalizador sobre Sparsky se te ponen los pelos de punta. A falta de ello reproduzco el trailer oficial, advirtiendo que la distancia a la emoción de la secuencia íntegra es mucha.

Y hay otro aspecto en Frankenweenie que creo que nunca había tratado Burton antes: el escolar.

Toda la acción transcurre en el marco de un Concurso de Ciencias convocado por un estrafalario profesor al que los niños reverencian y a quiénes inculca una pasión desbordada por la experimentación científica –incluída la reanimación de cadáveres mediante electrocución (que por cierto ha pasado de ser algo profundamente transgresor –la frontera entre la vida y la muerte, Frankenstein- a ser algo tan normal como encontrar kits de electroshock de uso cotidiano en todos nuestros aeropuertos y hasta en los gimnasios…)

El profesor es expulsado de la comunidad cuando los padres consideran que está inoculando a sus hijos el malvado hábito de experimentar y pensar por sí mismos. Una regresión de Burton a la era escolar que cobra plena actualidad, hoy, en momentos de crisis educativa –no sólo por recortes, sino por falta de modelo pedagógico y valoración de la función de enseñanza.

Fabulosa también la verdadera moraleja de la película: la ciencia (la cabeza) sólo produce resultados correctos cuando el corazón (el sentimiento) guía su trabajo. Por eso unos devuelven la vida al mejor amigo y otros engendran monstruos… Pero no voy a contar la peli!

En suma, una peli altamente recomendable, como todas las del maestro Burton (o mejor dicho, dúo maestro Burton & Elfman). Y lo mejor de Tim es que sólo tiene 54 tacos… y por lo menos diez o doce pelis geniales por delante!

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